lunes, 7 de junio de 2010

CAROLA LONRENZINI: LA FUERZA "AÉREA"

(en verdad, Carolina Elena Lorenzini)

Obtuvo en 1933 su licencia de piloto de Aviador Civil, en el ‘35 batió el record de altura (más de 5300 metros, sin oxígeno auxiliar); en 1940 unió en un raid aeronáutico las (entonces) catorce provincias argentinas.

Fue la tapa de una reconocida revista de deportes argentina, llamada "El Gráfico". Famosa por su destreza para el looping invertido –una acrobacia extrema a la que sólo se le animaba otro aviador, su maestro Santiago Germanó– Lorenzini abrió caminos para todas las mujeres que aspiraban al vértigo y a la altura. Dos de sus sucesoras inmediatas fueron María Angélica Medina (10 mil horas de vuelo) y Luisa Quiroga (45 años de experiencia como piloto), ambas miembros activos de la Organización Femenina de Aeronavegantes (Orfea).

Carola nacio el 15 de agosto de 1899 en Empalme San Vicente (un paraje que hoy es la ciudad llamada Alejandro Korn), partido de San Vicente, provincia de Buenos Aires; era hija de Jose Lorenzini y Luisa Piana, septima entre ocho hermanos.

Carola Lorenzini fue una gran deportista y practicó equitacion, remo, atletismo, salto, jabalina y hockey. En 1925 fue campeona de atletismo y fue una de las primeras mujeres en manejar un auto por las calles de San Vicente.
Trabajó como dactilógrafa y en 1931 la aceptaron en el Aero Club Argentino de Morón.
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Carolina E. Lorenzini fue aviadora en la década de 1930, y decir eso de una mujer en esa época es mucho, y con eso alcanzaría para considerarla un personaje singular, pero su biografía insiste en subrayar lo excepcional de su figura. En el caso de Lorenzini, la aviación no fue un pasatiempo excéntrico sino una conquista en un terreno netamente habitado por hombres. Pero fue la mejor, y la única que junto a Santiago Germanó, su maestro, ostentaba el privilegio de ejecutar en el aire una prueba de acrobacia de alto riesgo: el looping invertido, una suerte de vuelta que deja al piloto literalmente con las patas para arriba y con muchas posibilidades de cortar flores con la boca, y hasta le permite -increíblemente- recoger pañuelos y sombreros debidamente ubicados en pistas de aterrizaje. O –como fue su caso, en el final de su carrera– le permitió matarse.

En 1933, el Aero Club Argentino le entregó a Carola Lorenzini su carnet de Piloto Aviador Civil. Para llegar a obtenerlo, ella había repartido su tiempo trabajando en la Compañía Unión Telefónica y dirigiendo a las autoridades incesantes pedidos para ingresar al curso de pilotaje. Pudo por fin juntar el dinero suficiente y tomar las clases en un avión Fleet Nº 51. Pero fue su puesto en la telefónica el que le impidió escoltar la llegada del Graf Zeppelin.
Una respuesta a una lectora, aparecida el 2 de julio de 1934 en la sección cartas del diario El Mundo, resume el percance de manera inmejorable. La respuesta del diario, dirigida a una empleada insatisfecha que protestaba, le recomienda que “no se queje de las imposiciones que le acarrea su empleo y piense que todo pasa
.
Y luego trae a colación el ejemplo de Lorenzini: “El día de la llegada del Graf Zeppelin, una aviadora argentina, la señorita Lorenzini, estaba designada por el Aero Club Argentino para efectuar el vuelo de homenaje a la nave aérea. Sin embargo, su jefe inmediato no le otorgó el permiso que le solicitó para faltar a sus horas de oficina, es decir, el sábado 30 de 9 a 12. Así, la simpática aviadora tuvo que quedarse en su puesto de burócrata y renunciar a las alas por un día. Cualquier mujer hubiera tenido por lo menos una pataleta, pero ella sonrió y trabajó con todo su aplomo. ”.

Está claro que la Lorenzini no era cualquier mujer, aunque su excepcionalidad tiene menos que ver con su acatamiento al jefe que con sus notables marcas.

El 4 de noviembre de 1933 recibió el brevet de piloto de aviador civil internacional nº 436, y más tarde fue la primera mujer que obtuvo el título de instructor de vuelo en América del Sur.

Luego se dejó cautivar por la alta acrobacia mediante las piruetas que daba en el aire quien sería su maestro y compañero de dúo, Santiago Germano. Juntos dieron espectáculos en la Argentina y participaron de competencias en Uruguay y Brasil. Carola utilizaba para sus vuelos de acrobacia un Focke Wulf FW44 Stieglitz.
El 31 de marzo de 1935 logró el récord sudamericano femenino de altura con 5381 metros al mando de un avión de producción nacional Aé C3 (el tercer aparato para uso civil producido en el país); vale señalar que logró esta marca sin máscara y con un avión con cabina abierta.
El 13 de noviembre de 1935 fue la primera mujer en cruzar el Río de la Plata en solitario, con su avión Fleet 51; pese a que falló el altímetro y a que Carola tuvo que apelar a su intuición para sortear la bruma, logró llegar a los terrenos cercanos a Carmelo, donde aterrizó.
En 1938 ya estaba gestando el proyecto del raid aeronáutico para unir las 14 provincias cosa que haría en 1940. Las anotaciones y trazados que hizo para ese viaje fueron de gran utilidad para los mapas del correo: los aviones no tenían instrumental, y el piloto debía realizar un reconocimiento visual permanente para seguir la ruta aérea. Tampoco tenían altímetro, y el combustible se verificaba en pleno vuelo, golpeando el tanque y aventurando por el sonido del golpe qué tanto quedaba.
Así volaba la mujer que despertaba la pasión del pueblo. Lorenzini visitó todos y cada uno de los pueblos del interior con su Focker Wulf, y su arribo a los campos convocaba a miles de personas. Tanto es así que aterrizaba muy lejos del lugar pautado para la visita, de modo que la hélice del avión no lastimara a nadie de los que se lanzaban a saludarla. El trayecto hasta la multitud lo hacía a caballo; porque –como corresponde al personaje– Lorenzini, además, era una excelente domadora de caballos y atleta en variadas disciplinas.
En 1939 la echaron de la telefónica por sus reiteradas faltas, y seguramente dejó de ser un ejemplo para las empleadas-lectoras del diario El Mundo, aunque la revista Vosotras la destacó como una de las ocho mujeres del año. Y en 1940, cuando consumó el raid de las catorce provincias, se ganó nada menos que la tapa de la revista El Gráfico.
En 1941 logro su licencia para servicio publico comercial.

El parecido de las ambiciones de Carola Lorenzini con Beryl Markham –la aviadora inglesa que en 1936 cruzó el Atlántico en solitario – y con muchas otras grandes aviadoras es sorprendente. Las unía esa pasión del avión como un mundo en “el que el piloto es el único habitante”, según palabras de Markham.

Todos los proyectos que una muerte accidental le impidió realizar a la argentina fueron llevados a cabo por la inglesa Markham.
Las dos historias de vida enfatizan la capacidad física y el riesgo; el escenario de Markham fue Africa mientras que Carola Lorenzini trajinó la llanura pampeana.

Un solo elemento brilla por su ausencia en la vida de la aviadora inglesa y se verifica en la de Carola Lorenzini, alimentando el culto nacional de la santificación: cuando Lorenzini llegaba a un pueblo, entre la muchedumbre que salía a recibirla había numerosos enfermos y dolientes, que creían que el viaje de la aviadora bastaría para curarlos.

Carola Lorenzini se mató el 23 de noviembre de 1941, haciendo una exhibición en la base de Morón. La visita de un grupo de aviadoras uruguayas al país fue el pretexto para que la invitaran a realizar su famoso looping invertido, pero la relación de Lorenzini con las autoridades que patrocinaban el evento era pésima: hacía un año que estaba suspendida, y los motivos parecen ser una fuerte discusión que mantuvo con la Aviación Militar por la falta de provisión de nafta para sus vuelos.
En medio de esa tensión, muy enojada, Lorenzini se lanzó a la acrobacia con un avión que no era el suyo y sin tomar las medidas de seguridad necesarias. Un error de cálculo y su cuerpo fue a incrustarse en el suelo, cavando la fosa en la que yacerían parte de sus restos.
Su entierro fue multitudinario.


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